Voy a mencionar unas frases, y ustedes deben determinar qué tienen en común: “Voy a ser totalmente sincero contigo”, “¿Quieres saber la verdad?”, “Créeme”, “Pues, para ser honesto contigo…”
¿Verdad que fue fácil? Todas las frases tienen que ver con la verdad; son casi una plegaria que solicita expresamente que creamos en las palabras que vienen antes o después. ¿Qué tanto debemos creer en ellas…? Déjenme explicarles poco a poco:
Para el cerebro que “dice la verdad”, es absolutamente innecesario perder tiempo y esfuerzo diciendo alguna de estas frases, pues en la convicción de que la verdad por sí misma será suficiente para convencer, no necesita ayudarse con excesiva verborrea. Pero para aquél que está tratando de escabullir una mentira, estas palabras no sólo le dan un poco de tiempo para pensar, sino también le dan una falsa sensación de seguridad al tratar de “reforzar” lo que se está diciendo.
Piénsenlo por un momento: ¿Cuando tratamos de explicar un hecho que es verdadero, usamos estas frases en algún momento? segurísimo que no. Lo más probable es que hayamos explicado la situación dos o incluso tres veces, recurriendo a toda clase de referencias y pruebas de nuestra veracidad. El decir “¿Quieres que te diga la verdad?”, es un absurdo, puesto que OBVIAMENTE nuestro interlocutor no sólo quiere, sino que merece que digamos la verdad.
Fuente: Lenguaje Corporal. org
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